Ya en un post anterior analizamos rápidamente la relación entre el comportamiento de acicalado en nuestros parientes los chimpancés, el lenguaje en los seres humanos y los amigos.
En ese artículo conocimos el trabajo del antropólogo Robin Dunbar, un simpático científico que estudia, entre otras cosas, la evolución del lenguaje y de los comportamientos relacionados con el desarrollo del cerebro, especialmente con lo que respecto a la afectividad.
En pocas palabras, Dunbar estudia la evolución de la necesidad de conexión afectiva (emocional) entre miembros de una especie. Y en el caso de los seres humanos, la necesidad de amigos y relaciones interpersonales.
Y es que, como también lo hemos abordado en un post anterior sobre el origen de nuestra inteligencia, las investigaciones apuntan a que la capacidad de inteligencia de los seres humanos y de nuestros ancestros ya extintos no evolucionó necesariamente “para resolver problemas” o para analizar el mundo como se había pensado por mucho tiempo.
Inteligencia para tener amigos
La inteligencia humana, cada día tenemos más pruebas, evolucionó para vivir en grupo.
Nuestra capacidad cognitiva para buscar explicaciones científicas (bueno, al menos para quienes las buscamos) es solamente un subproducto de la razón por la que la evolución seleccionó a los cerebros con mayor capacidad de procesamiento: para poder procesar más y mejores relaciones interpersonales.
Como una especie que pudo sobrevivir mejor en grupo, los ancestros de los seres humanos fueron seleccionados a su vez por la evolución para aprovechar de la mejor manera esa capacidad que los ayudó a sobrevivir, y varias de esas adaptaciones fueron (y son) psicológicas. Y una de las principales es nuestra capacidad y necesidad de amistades.
Sin embargo, hay de amistades a amistades.
Por cientos de miles de años, para nuestros ancestros el grupo necesario para sobrevivir en sus ambientes originales nunca pasó de más de 150 individuos: más o menos el tamaño de la aldea más grande antes del descubrimiento y adopción de la agricultura.
El número de Dunbar
Se ha descubierto que existe una relación directa entre el tamaño del cerebro, específicamente del área conocida como neocortex, y la cantidad de amistades que una especie social puede administrar, por decirlo de una forma. Y en el caso del ser humanos, ese número ronda entre los 100 y los 180, promediando 150 individuos.
A este se le conoce como el Número de Dunbar, en honor a Robin Dunbar, el antropólogo y psicólogo evolutivo quien estudia y propuso dicha teoría.
Un bonachón científico y autor de varios libros de divulgación científica que debes leer si te interesa el tema, el trabajo de Dunbar a veces puede no parecer trabajo, ya que gran parte del mismo se centra en el análisis de lo que la gente conversa. Dicho de otra forma, parte de su trabajo es “simplemente” escuchar lo que la gente platica en la vida diaria y analizar la manera en que se relacionan por medio de la convivencia.
Así es como Dunbar y más expertos en el tema han desarrollado la teoría que explica cómo es que la inteligencia humana (y de cualquier animal social) está directamente relacionada con su capacidad de lenguaje. Capacidad de lenguaje que precisamente evolucionó para fomentar esas interacciones sociales.
Y en el caso de los seres humanos, esa capacidad evolucionó para mantener relaciones estables y funcionales con 150 individuos. Personas a quienes sí conoces lo suficiente (y ellas te conocen a ti) como para que sea práctico, para beneficio no solamente propio sino de todo el grupo.
Las redes sociales te engañan
Ahora bien, si la respuesta cuantos amigos necesitas es “solamente” 150, ¿cómo es que las redes sociales web ahora nos permiten tener muchos más?
Pues la verdad es que, después de 180, o máximo 200, esas amistades son solamente una ilusión.
¿Por qué crees que aunque tengas 2 mil amigos, solamente te felicitarán entre 100 y 200 en tu cumpleaños si no eres una persona súper sociable, es decir el o la típica “popular”?
Que esto suceda no es más que una manera en la cual se cumple el hecho de que tu capacidad de amistades funcionales sigue siendo la misma que la de tus ancestros de hace poco menos de 100 mil años. Tengas o no un perfil de Facebook, Instagram o cuenta de Snapchat.
Y esto de la ilusión de los amigos digitales no fuera ningún problema, excepto por el hecho de que la ilusión de tanta conexión social confunde a tu cerebro que evolucionó para buscar eso, creyendo que esa interacciones real y funcional, cuando en su mayor parte no lo es. Y además te afecta que así sea. Al grado de convertirse en adicción.
Al utilizar tu tiempo (el cual puedes estar utilizando de muchas maneras más provechosas) poniéndote al tanto de lo que hacen tus “amistades” en tu news feed, no estás haciendo otra cosa que perdiendo el 90% de ese tiempo y al mismo tiempo engañando a tu capacidad afectiva haciéndola creer que es importante “conectar” con esas personas.
Y, te guste o no, estar al tanto de lo que selectivamente (y muchas veces inconscientemente) publican esas “amistades” no es conectar con ellos en realidad. De hecho al engañarnos de esta forma, precisamente estamos consiguiendo el efecto contrario: bajando el número de Dunbar a mucho menos de 150. Y eso, aunque por lo pronto no lo parezca, es muy dañino para tu salud mental y para el funcionamiento de la sociedad en general.
Así, puede que si las cosas siguen como van, la capacidad de amistades de un grupos de chimpancés que solamente tienen tiempo de acicalar a 10 o 15 individuos, va a ser mayor a la que el desarrollo del lenguaje nos permitió a los seres humanos.
Y técnicamente esos chimpancés estarán más y mejor conectados con sus semejantes que tú con tus si acaso 5 amigos reales. Amigos que, además, van a sentirse cada vez más alejados de ti por ver más la pantalla de tu teléfono que sus caras cuando conversan.