A todos los ha pasado. Nos cortamos, raspamos, nos pica algún insecto o nos golpeamos, y sabemos lo que pasará enseguida: sangre o no sangre, la herida o el lugar del golpe se pondrá rojo y se inflamará. Si fue algo de relativa gravedad ni siquiera podremos tocar o mover la parte afectada después de inflamarse, y tendremos que recurrir a un antiinflamatorio, ya sea local o ingerido.
Muchos hasta la fecha creen que la inflamación es parte de la herida. Y desde cierta perspectiva tienen razón. Sin embargo más que parte de la herida, la inflamación es una respuesta de nuestro organismo a la misma. Y es mucho más importante de lo que nos gusta pensar por la incomodidad que ocasiona.
Soldados del sistema inmune
Nuestro cuerpo cuenta con una serie de métodos de defensa ante el estrés con el que podemos encontrarnos en el ambiente. Ese estrés, el cual se manifiesta principalmente como amenazas físicas a nuestra integridad, provoca la reacción de todo un sistema de defensa que ya muchos conocemos como sistema inmune o sistema inmunitario.
Este sistema no solamente consiste en los métodos de defensa que nuestro organismo utiliza en contra de virus, bacterias y demás agentes patógenos, sino que está integrado por muchas más respuestas de defensa que se activan por motivos un poco más comunes, como un simple golpe, y que evolucionaron para nuestro beneficio.
Y la reacción inflamatoria es una de esas respuestas.
La respuesta inflamatoria
Al igual que la fiebre, la tos y el estornudo, la inflamación que presenta nuestro cuerpo en respuesta a una lesión, es parte del trabajo del propio cuerpo para defenderse de la amenaza. De hecho la inflamación es parte del proceso de reparación y no algo que sea provocado en sí por la lesión.
Lo mismo pasa cuando la lesión es una cortada, un piquete de insecto, una mordida o cualquier otro agente externo que dañe nuestro cuerpo; pero tomaremos como ejemplo un herida por algún objeto punzocortante que nos encontremos sin querer en nuestro camino y se nos encaja en el pie. ¡Auch!
En el momento que el clavo cruza la epidermis (nuestra primera barrera parte del sistema inmune contra el exterior ha sido violada) y punza a través de las siguientes capas de la piel hasta introducirse en el músculo, nuestro organismo detecta la intrusión y se pone a trabajar mandando un conjunto de agentes a trabajar en la defensa y reparación de lo que haya causado el clavo.
Lo primero que sucede es que los mastocitos (células del tejido conjuntivo) liberan histamina. Luego viene la vasodilatación para llevar más sangre a la herida, además de que aumenta la temperatura en el área para aumentar el metabolismo y la permeabilidad de los vasos sanguíneos para transportar fluidos proteínicos, lo cual en este punto produce inflamación para posteriormente comenzar el proceso de coagulación. Al mismo tiempo que el sistema linfático filtra el fluido extra que se genera por la acción de los fagocitos y macrófagos que se deshacen de las células muertas y los agentes extraños.
Si el problema es más grande, viene la fiebre para aumentar aun más el metabolismo y evitar que las bacterias se alimenten de hierro y zinc del organismo, deteniendo su proliferación para ayudar al sistema inmune en combatirlas.
Cuando la inflamación es crónica
Como ya vimos, la inflamación es una respuesta defensiva de nuestro organismo ante muchos tipos de lesiones, principalmente externas; pero lo mismo sucede con problemas internos.
Nuestros órganos y otras partes internas del cuerpo pueden inflamarse en respuesta a enfermedades y otras condiciones, y la manera en que funciona esa inflamación es similar a la de una lesión externa.
Todos conocemos la inflamación gastrointestinal en respuesta a una intoxicación, la del sistema respiratorio cuando nos da una gripa muy fuerte, en fin. Seguramente conoces muchas enfermedades que terminan en itis: gastritis, meningitis, artritis, amigdalitis, sinusitis, rinitis, hepatitis, colitis, conjuntivitis. La terminación itis de todas esas y muchas más denota inflamación.
Y entre esas y otras condiciones existe un tipo de inflamación que sí es dañina y no consiste en una respuesta de corto plazo. Muchas veces ni siquiera es una respuesta a problema real alguno. A esto le llamamos inflamación crónica. Y técnicamente este tipo de inflamación fomenta muchas de las condiciones que hoy en día conocemos como enfermedades de la modernidad.
Un estado inflamatorio crónico consiste en la tendencia del organismo a reaccionar de sobremanera a lo que considera amenaza generando inflamación, liberando los químicos que normalmente solo están en nuestro organismo por el periodo mientras sana una herida o una enfermedad, pero en este caso todo el tiempo, exista o no amenaza.
Además, el estado inflamatorio crónico le pavimenta el camino (con su tendencia a sobrepoblación celular y de proliferación de químicos naturales pero que si se juntan son dañinos) a condiciones más serias como el cáncer, el Alzheimer y la diabetes, ya que tanto esas como otras enfermedades de la modernidad son condiciones que básicamente consisten en inflamación sin control.
Fomentando la inflamación
¿Qué puedo hacer para evitar (o al menos aminorar) la inflamación crónica y todas las tendencias que vienen con ella? Es muy simple: conoce e integra en tu dieta alimentos que ayudan a evitar la inflamación sistémica y elimina los que la promueven.
Y es que entre los alimentos existen algunos que promueven el estado inflamatorio del organismo, es decir que hacen que cuando resulte una inflamación, esta sea más grande o dure más tiempo del necesario. Todos estos alimentos debemos evitarlos o consumirlos en menor proporción.
Algunos de estos alimentos promotores de la inflamación son: los azúcares, los carbohidratos refinados, las grasas saturadas y los aceites hidrogenados.
En palabras simples: deja de consumir alimentos basados en harinas y alimentos endulzados con azúcar de cualquier tipo, comidas fritas, bebidas azucaradas (jugos sodas, etc.), carnes rojas no magras (con mucho porcentaje de grasa y de animales alimentados con granos, no con pasto), carnes y alimentos procesados (jamón, tocino, comidas para microondas, etc.), margarina (de esa que parece mantequilla pero no es) y aceites hidrogenados (los aceites que contiene alimentos que se procesan para durar mucho en el anaquel).
Alimentos que combaten la inflamación
Sin embargo, existen alimentos que evitan la inflamación, especialmente la que se puede convertir en crónica. Obviamente estos alimentos debemos consumirlos en mayor proporción que los que fomentan la inflamación ya que no solamente juegan un papel anti-inflamatorio importante, sino que además muchos de ellos promueven la eliminación de otros agentes que se suman a los problemas inflamatorios, como los oxidantes. Es decir que muchos alimentos antiinflamatorios también funcionan como antioxidantes, promoviendo la salud general y la longevidad.
¿En cuales alimentos encontramos propiedades anti-inflamatorias? En las grasas poli-insaturadas ricas en omegas, como las que encontramos en el aguacate, el pescado, las nueces y el aceite de oliva; el tomate, en vegetales de hojas verdes como la espinaca, el kale y las coles de bruselas, así como en frutas de baya como las frambuesas, las moras y las fresas.
Estos alimentos te suenan a los que se podían encontrar nuestros ancestros en su medio ambiente, ¿verdad?
Pues precisamente una dieta antiinflamatoria es lo mismo que una dieta saludable de alimentos naturales. Precisamente lo que podemos consumir hoy que es más cercano a lo que consumían nuestros ancestros quienes no padecían de esas condiciones que hoy tanto afectan a la población de países desarrollados y en vías de desarrollo.
Pero antes de que algunos por ahí se queden con la idea que que solamente la comida influye en la tendencia inflamatoria, la otra parte que evita esta condición es el ejercicio. Así que, deja de sacarle la vuelta y muévete. Con más razón cuando sabes que consumes alimentos que promueven la inflamación.